Provincia del Huasco – Región de Atacama.
Por: Mario Andrés Aguirre V | Licenciado en Comunicación Audiovisual


Entre el viento seco del desierto y la bruma costera del amanecer, se extiende la Ruta C-46, un camino que ya no necesita presentación. La gente del valle la llama sin rodeos: LA CARRETERA DE LA MUERTE.

No hay exageración en el nombre. Cada kilómetro cuenta una historia trágica. Cruces blancas, flores de plástico, velas encendidas, girasoles artificiales y manchas de aceite sobre el asfalto son los únicos testigos de una ruta que sigue cobrándose vidas sin que nadie logre detenerla.

VELOCIDAD SIN CONCIENCIA: EL MISMO ERROR DE SIEMPRE

En la C-46, la imprudencia es parte del paisaje. Automóviles a 160 km/h, camionetas de empresa corriendo contra el reloj, camiones que adelantan en plena curva y minibuses que frenan en seco para recoger pasajeros. Los límites de velocidad son apenas un adorno en los letreros gastados.

Y lo más grave: nadie aprende. Los conductores siguen adelantando sin piedad, sin respeto, como si el peligro fuera ajeno. Ni las muertes ni las lágrimas de las familias han bastado para cambiar las conductas. Algún día, y es cuestión de tiempo, esos mismos irresponsables iluminarán con una vela su propia imprudencia, mientras sus familias repiten que “era un buen hombre”, sin reconocer que fue culpable de su propia muerte y que, con su maniobra, pudo arrastrar a otros inocentes consigo.

La carretera no perdona, y menos a los que creen dominarla.

EL SOL QUE CIEGA Y LA NIEBLA QUE CONFUNDE

Por las tardes, el sol del valle cae directo sobre los parabrisas. Ni los lentes ni los parasoles sirven: por momentos no se ve a más de un metro. El asfalto se transforma en un espejo que engaña incluso a los conductores más experimentados. Por las mañanas, la niebla cubre todo el camino, un manto espeso que convierte la conducción en un acto de fe.

Los residentes lo saben y reducen la marcha; los visitantes no. Y son estos últimos, turistas, trabajadores nuevos o transportistas de paso, quienes más sufren las consecuencias del reflejo, la niebla y el exceso de confianza.

EL SANTUARIO DE LAS 12 ANIMITAS: EL ALTAR DE LA IMPRUDENCIA

En el sector El Pino, antes de llegar a Huasco Bajo, se levanta un lugar que el tiempo convirtió en símbolo: el Santuario de las 12 Animitas. Doce cruces blancas, doce historias distintas, un mismo final. Allí descansan jóvenes y adultos que murieron en accidentes provocados por la velocidad o la irresponsabilidad de otros.

Los vecinos lo cuidan como un espacio sagrado. Hay flores de plástico, velas encendidas, mensajes escritos a mano y girasoles que no se marchitan. Cada vela encendida ilumina la advertencia que nadie escucha: esta carretera no es un tránsito cualquiera, es un límite entre la vida y la muerte.

Por la noche, las luces del santuario parecen un rosario encendido al borde del camino. Es un altar de memoria y, al mismo tiempo, un recordatorio brutal de que la imprudencia no solo mata: deja huellas que no se borran.

BODEGUILLA, LONGOMILLA, TÁTARA Y FILADELFIA: LOS CORREDORES DE LA MUERTE

Desde Bodeguilla hasta Tátara, pasando por Longomilla y la recta Filadelfia, se extiende lo que los conductores llaman los corredores de la muerte. Son tramos donde las curvas engañan y las rectas tientan, donde el polvo del desierto, la falta de señalización y el exceso de velocidad se mezclan con un resultado conocido: el accidente.

En la recta Filadelfia, la tragedia acecha detrás de cada adelantamiento. Y en Centinela, el desastre se hizo noticia: una camioneta perdió el control y derribó cuatro postes eléctricos, dejando a miles de familias sin luz en toda la provincia. El vehículo quedó incrustado junto al tendido. Fue una muestra más de que no hace falta chocar con otro para destruirlo todo.

NICOLASA, HACIENDA ATACAMA Y QUEBRADA DEL NEGRO: EL NUEVO MAPA DEL PELIGRO

En Nicolasa y Hacienda Atacama, los accidentes se repiten con una frecuencia que asusta. Autos volcados, choques frontales, camiones destruidos. El nuevo Bypass de Freirina, construido para mejorar la conectividad, se ha convertido en una trampa para quienes no conocen sus curvas. Desde Nicolasa hasta la salida de Quebrada del Negro, los accidentes se acumulan: vehículos fuera del camino, giros mal calculados, exceso de confianza. El diseño, la velocidad y el desconocimiento se combinan para escribir las mismas crónicas que ya todos conocen.

EMERGENCIAS QUE SE DEMORAN, HÉROES QUE NO COBRAN

Cuando ocurre una tragedia, los primeros en llegar no son las ambulancias. Son los bomberos voluntarios, que acuden sin sueldo, con lo poco que tienen. Mientras la nueva central de emergencias, ubicada en Copiapó a más de 180 kilómetros, procesa la llamada, el tiempo se escapa. Y con él, la vida.

Las sirenas suenan cuando ya hay silencio. Y los voluntarios, agotados, solo pueden cubrir los cuerpos con una manta, encender una vela más y seguir esperando el cambio que nunca llega.

EL DECRETO QUE ATRASA Y CUESTA VIDAS

La centralización del sistema de atención prehospitalaria, amparada en el Decreto Supremo N.º 34 del Ministerio de Salud, buscaba coordinar mejor las emergencias médicas. Sin embargo, su aplicación en regiones extensas y rurales como Atacama ha generado el efecto contrario: demoras en la respuesta y una sensación de abandono en la población.

Antes, los llamados por accidentes graves se derivaban directamente a los centros más cercanos; ahora, deben pasar por una central en Copiapó, a más de 180 kilómetros. Cada minuto de espera es una oportunidad perdida. En una carretera donde un herido puede desangrarse en quince minutos, esa distancia administrativa se traduce en muertes evitables.

El decreto, pensado para mejorar la eficiencia, ha expuesto una realidad dolorosa: las decisiones tomadas lejos del territorio no siempre responden a las urgencias del territorio. En rutas como la C-46, donde cada minuto cuenta, la burocracia puede ser tan letal como la velocidad.

LAS ANIMITAS: EL MAPA DEL ABANDONO

Cada animita en la C-46 y sus ramales es una marca en el alma de la provincia. De día, flores plásticas que desafían el sol. De noche, luces que titilan en la oscuridad del valle. Son advertencias que nadie atiende, señales que la costumbre ha vuelto invisibles. En esta carretera, la memoria no está en los archivos: está al borde del camino.

EL LLAMADO DEL HUASCO

La Ruta C-46, junto a sus tramos C-494, Filadelfia, Centinela, El Pino, Bodeguilla, Longomilla, Tátara, Nicolasa y Quebrada del Negro, ya no es solo una vía de conexión. Es una línea de dolor y memoria. Pero también podría ser un punto de inflexión.

La Carretera de la Muerte necesita control, señalización, educación vial y conciencia. Porque mientras los conductores sigan creyéndose inmortales y las autoridades sigan mirando hacia otro lado, el Huasco seguirá apagando velas en el camino, y las doce luces del Santuario seguirán encendidas, recordándonos que la imprudencia también mata en silencio.